Saturday, February 15, 2014

El amor a tu país...


Hace un par de semanas, mientras que los costarricenses se dirigían a las urnas para seleccionar su nuevo presidente, dos de mis grandes amigas postearon mensajes hermosos sobre su país: una de ellas, que no nació ahí y cuyos padres son estadounidense y mexicana, pero que es tan costarricense como el resto, simplemente subió en su perfil la hermosa bandera de su país; la otra escribió un mensaje conmovedor sobre lo emotivo y hermoso que es participar en las elecciones de su país. Ambos actos de amor hacia su nación me hicieron recordar un pensamiento que he tenido desde que regresé a mi propio país, México: el pertenecer a una nación y aprender a amarla es un regalo milagroso, bello e inexhaustible.

Fuente Popocatéptl, Condesa, Ciudad de México

Cuando yo llegué a este mundo yo era una criatura bi-nacional, producto de la incómoda y, a menudo, violenta colisión entre dos grandes naciones americanas. Nací en Juárez, México y crecí la mayor parte de mi vida en Estados Unidos, principalmente en la Florida. Por años, después de intentar pertenecer primero en un lugar y luego en otro y nunca lograrlo, me cansé y me di por vencido. Acepté que no era ni de aquí, ni de allá. En ese punto de mi vida tuve la oportunidad de vivir en otros dos países maravillosos, la República Dominicana y luego Colombia, y durante ese tiempo me di cuenta de que yo soy más feliz en América Latina. Me es más natural, me siento más en casa ser latinoamericano que estadounidense. Desde luego amo también la gringueza interna que en muchos aspectos me sigue definiendo, pero yo elegí ser latinoamericano y elijo vivir acá. Y así, después de brincar de un país a otro, decidí mudarme a México, mi patria, y aceptarlo con todas sus virtudes y flaquezas y simplemente comenzar a amarlo como mi nación.

Sí, estoy consciente de mis clases de Relaciones Internacionales donde me enseñaron sobre el surgimiento del estado-nación hace 500 años y también sobre cuán Moderno y poco iluminado es amar a tu nación, en vez de amar a toda la humanidad en un mundo sin fronteras. En algún momento, aspiré a ello y, hasta cierto punto, lo sigo haciendo. Amo el mundo inmensamente, sus culturas e idiomas y anhelo conocerlo todo, pero también me doy cuenta de que amar a tu nación, tu país, es una de las emociones más hermosas que podemos experimentar. Nuestro bienestar como humanos requiere que nos sintamos incluidos, que sintamos que formamos parte de algo. Para la mayoría de nosotros, además de pertenecer a nuestras familias y círculos de amistades, pertenecemos a una nación y punto. Desde luego, existe el lado oscuro de amar a una nación (múltiples guerras que se fundamentaron en una versión perversa de ello). No obstante, la sensación visceral de pertenecer a algo mucho más grande que uno mismo, la habilidad de contemplar tu situación entre millones de personas que comparten una tierra, un idioma y una historia contigo -por falso o artificial que sea el origen de todo aquello-, siguen siendo fuerzas contundentes e inestimables.

Mientras escribo este artículo veo hacia afuera por mi ventana, por encima de la Ciudad de México, la capital del país que yo elegí como nación, y observo los miles de árboles y edificios, el azul indefatigable de sus cielos, la valla gigante frente a mí con un futbolista de la Selección que grita por su país...Todo ello me hace sentir agradecido y orgulloso de vivir aquí y de por fin poder formar parte de este país. Me siento también infinitamente agradecido con los Estados Unidos, por todo lo que nos ha dado a mí y a mi familia; no sería quien soy hoy sin ser también estadounidense, pero México para mí es concreto, es incontrovertiblemente mío e irresistiblemente bello. Pocas cosas en la vida se sienten mejor que sentir que soy parte de su historia, su futuro, sus tradiciones, su cultura, su arte, sus colores, su comida, sus festividades, sus idiosincracias e incongruencias, sus calles alegres y mercados, sus hermosos pueblos coloniales, ruinas espectaculares y sus playas...

Paseo dominical en bici, Paseo de la Reforma, Ciudad de México

Me siento muy agradecido por estar aquí hoy y ahora, por poder participar en este periodo de florecimiento que México actualmente está experimentando y por poder ver cómo las calles, los parques, los barrios y la vida en general mejoran cada día. Me siento agradecido también cuando salgo de mi edificio y entro a esta magnífica ciudad verde, llena de jacarandas y con el mejor clima del planeta...cuando me desplazo a lo largo de sus bellas avenidas, plazas y palacios, sus cafés, mezcalerías y deliciosos puestos de tacos en la Condesa. Cuando pienso en todo aquello y en al amor que inspiran en mí este país y esta ciudad que ahora es mi hogar, en todo el esfuerzo y sacrificio de mis padres para que hoy yo pudiera estar aquí, no logro controlar las lágrimas que brotan de mis ojos. Me siento agradecido, extático, vivo, pleno.

Gracias, México.

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